La generación X y los que nacieron después, no lo han vivido y solo unos pocos que hayan estudiado la historia no necesariamente del automóvil, pero de Estados Unidos en las seis o siete décadas más recientes, sabrán que a finales de los años 50 y durante cerca de 20 años, Cadillac se volvió sinónimo de excelencia.
Claro que el fenómeno era mucho más marcado en la Unión Americana, pero no estaba restringido a ella. Y por supuesto que empezó con la mercadotecnia, que sembró la idea en la gente a través de anuncios en las revistas de la época. Como la afirmación de que “Cadillac era el mejor sinónimo para calidad” no era descabellada, la gente la aceptó en sus vidas, así como a finales de los años 90 el mexicano aceptaba que “todo mundo tenía un Jetta, al menos en la cabeza”.
Vehículos como el De Ville de 1949 o el El Dorado Biarritz que nació 10 años después, hicieron que la marca fuera extremadamente respetada, deseada, símbolo de estatus para el que tenía la fortuna de andar en uno como lo hacía el cantante Elvis Presley, con su Fleetwood 1955 que pintó en color rosa.
Cadillac y General Motors siguieron creciendo sin parar hasta los años 80, pero en ese entonces, pese a sus buenas ventas, llegaron las amenazas que terminaron por reducir su prestigio y, consecuentemente, sus números. Los alemanes, con Mercedes-Benz, BMW y Porsche, conquistaron a los ricos. Los japoneses, con Honda y Toyota, consiguieron el amor y la fidelidad de las masas. Cadillac, que llegó a vender un tercio de todos los autos de lujo en Estados Unidos, terminó bajando hasta un siete por ciento.
Muy buena parte de esa caída se debió a la “brillante” idea de la economía de escala, es decir, General Motors tomaba un auto y le ponía faros y parrillas distintos para Chevrolet, Buick, Oldsmobile y, claro, Cadillac. Obviamente el público se dio cuenta y la víctima más sonada fue el Cimarron.
El Cimarron era en esencia un Cavalier más caro. Fue hecho con la idea de competir vs el creciente prestigio de los europeos como el Serie 3 y el Clase C, más compactos que los estadounidenses, pero no duró más que una generación. Su sucesor, el BLS, corrió con la misma suerte.
Aparentemente el problema traumó a los directivos de Cadillac al punto de que, a principios de este siglo, decidieron combatir a los alemanes creando sedanes como el CTS y el ATS, que a pesar de ser buenos autos, resultaron una respuesta a una pregunta que nadie hizo, porque el cliente que quería un sport sedán, no lo iba a buscar en Cadillac.
Hasta la super vendida Escalade sufrió al recibir rines con neumáticos de perfil tan bajo que mataban una de las características más buscadas en la marca: el confort.
La nueva Escalade, sin embargo, ya mostró que la marca parece regresar a la filosofía que nunca debió abandonar y rescatar su herencia. Más que la Escalade, sin embargo, la nueva SUV eléctrica Lyriq es un ejemplo no solo de cómo hacer un buen producto sino de cómo hacer un buen Cadillac. Su diseño, controversial sí, tiene proporciones correctas y toques futuristas, pero se ve Cadillac. Por dentro los materiales son excelentes y llega a tener tecnología de vanguardia como una pantalla Oled curva de 33 pulgadas y nada menos que 9K de resolución. No es un cristal curvo que abriga a dos pantallas, es una pantalla 100% funcional.
Hay una versión de tracción trasera y otra con dos motores y fuerza en las cuatro ruedas y ninguna intención de romper récords de velocidad: es simplemente un vehículo amplio, cómodo, rápido, bien hecho. La Lyriq es un lugar absolutamente placentero en donde estar por horas.
Sí, Lyriq es un vistazo al futuro de Cadillac y finalmente ese vistazo parece mirar hacia el ángulo correcto, entendiendo, aceptando y hasta abrazando su pasado, ese pasado que hizo que algún día Cadillac fuera el sinónimo de excelencia que fue.
120 años después de su fundación, luego de tocar la gloria y el infierno, la marca de lujo por excelencia de General Motors nos muestra un producto que muchos tendrán, sin duda, al menos en sus cabezas.
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